Las obras de Catalina parten de un signo mínimo, una partícula elemental, marca que deja su pluma, plumín o Rotring para que, como un demiurgo, comience a armar un mundo extraordinario, etéreo y sutil.
Pequeñas marcas que se agrupan, se ensamblan, se quiebran, se amalgaman, se suman, al tiempo que nos invitan a sumergirnos en un universo de atmósferas extraordinarias, luces feéricas, sombras elegantes, paisajes relucientes, ámbitos quietos y paisajes, seres diversos, objetos aislados o intercomunicados, solos o en conjuntos.
Se trata de un mensaje donde ese signo mínimo es la palabra que se aplica sobre una superficie arcaica, simple y calificada, como es la de los papeles que Catalina Chervin elige para cada una de sus obras, universo de fibras caprichosas y seductoras que reciben los signos de su mensaje.
Eso vi y experimenté desde mi primera visión de las obras de la artista, dibujos y grabados, donde simples líneas me transportaron a paisajes que se multiplicaban y me acogían pacíficamente, como sucedió con las obras de su serie Sobre el Apocalipsis, del año 2004, donde combina pluma y lápiz mezclando tinta y carbón.
Luego vi aquellas creaciones signadas por formas que se acercan a lo biológico, con sombras que acentúan ciertas áreas, dotando de dramatismo a esos “seres” que palpitaban en su fondo blanco.
Composiciones que recorren los primeros años de esta década, en superficies que han crecido y que muchas veces han sido trabajadas durante largo tiempo —tres o cuatro años— combinando distintos procedimientos que enriquecen sus creaciones, para llegar a las producciones más recientes, que están caracterizadas por los ámbitos pacíficos y tranquilos que hoy vemos en esta exposición. Vale destacar la destreza en el manejo de los materiales que ha usado, además de la pluma, el plumín o la punta de Rotring, el grafito, la tinta y el carbón que vemos, hay otros que no alcanzamos a percibir pero que son procedimientos fundamentales para que la artista logre la caricia que el papel reclama, creando las imágenes con las que aquí somos regalados.
Ángel Navarro